jueves, octubre 08, 2009

LIBROS: LA CARIDAD EN LA VERDAD de Benedicto VI

http://www.deugarte.com/



El objetivo de este post es hacer un resumen asequible de los fundamentos de la encíclica Caritas in veritate. En ella se tratan y basan desde una perspectiva teológica católica muchos temas que nos son queridos: desde la búsqueda de una lógica de la abundancia, que subyace en cosas tan cotidianas como el software libre, a la redefinición comunitaria de la empresa. Se establece por tanto un terreno de debate y reflexión que no podría ser más interesante.

Mi intención es que el lector no católico pueda disfrutar de la argumentación reconociendo los temas principales tras su construcción teológica. Por ello me centraré, a diferencia de lo que ha hecho la prensa en estos días, no en las recetas concretas, sino en los aspectos teoricos más generales y universales, sin entrar tampoco excesivamente en la lógica teológica interna.
Todas las citas pertenecen a la encíclica en su versión oficial en español.

El marco de la encíclica

Marco teológico, Teología de la Comunión


Como reseñaba Michael Novak en un reciente debate, el sustento filosófico de esta enclíclica está en la Teología de la Comunión que impulsó el hoy Papa junto a otros teólogos católicos tras el Concilio Vaticano II.
La base de esta Teología reside el concepto de Trinidad. Dios mismo, siendo tres personas, no es solamente un logos, una verdad estática, sino una interacción, una comunión entre razón, principios y práctica que es el modelo de lo que debería ser la vida de cada católico y de la Iglesia como un todo.
Puesto que está llena de verdad, la caridad puede ser comprendida por el hombre en toda su riqueza de valores, compartida y comunicada. En efecto, la verdad es «lógos» que crea «diá-logos» y, por tanto, comunicación y comunión. La verdad, rescatando a los hombres de las opiniones y de las sensaciones subjetivas, les permite llegar más allá de las determinaciones culturales e históricas y apreciar el valor y la sustancia de las cosas.
Poniendo el énfasis en esta comunión, el Papa señala la necesidad de proyecto y criterio para emprender cualquier transformación social, en lo que es una seria crítica al discurso social de la compasión y el oenegismo recuerda a los católicos que:
Un cristianismo de caridad sin verdad se puede confundir fácilmente con una reserva de buenos sentimientos, provechosos para la convivencia social, pero marginales. De este modo, en el mundo no habría un verdadero y propio lugar para Dios.

Pero lo que busca el Papa no es tampoco una serie de experiencias prácticas si esas prácticas no sirven a la construcción de un proyecto universalista. El Papa nos recuerda su crítica monoteista a la postmodernidad:
Sin la verdad, la caridad es relegada a un ámbito de relaciones reducido y privado. Queda excluida de los proyectos y procesos para construir un desarrollo humano de alcance universal, en el diálogo entre saberes y operatividad.




Un objetivo para la organización económica: crear abundancia desde la comunidad

Caridad en este texto no tiene el sentido habitual de limosna, sino su sentido original de amor práctico, de empatía. Expanden la gracia, todas esas cosas que nos envuelven y hacen posible la vida y el goce sin mermar a los demás ni suponer sacrificio. La gracia se manifiesta pues como lógica de la abundancia, sus concreciones serían aquellas que como el software libre amplían ese espectro de herramientas a disposición de cada cual y al servicio de todos.


La caridad es amor recibido y ofrecido. Es «gracia» (cháris). (…) Los hombres, destinatarios del amor de Dios, se convierten en sujetos de caridad, llamados a hacerse ellos mismos instrumentos de la gracia para difundir la caridad de Dios y para tejer redes de caridad.
El testimonio de verdad que ordena el proyecto transformador tiene que partir, según la Encíclica, de la extensión de esta gracia, de esta abundancia, de un modo tan material como concreto y al mismo tiempo universal:

La «ciudad del hombre» no se promueve sólo con relaciones de derechos y deberes sino, antes y más aún, con relaciones de gratuidad, de misericordia y de comunión.

Es esta concreción en el cada uno lo que permite dotar de un sentido universal a lo político sin caer en la trampa de los imaginarios -raza, nación, clase, etc.- y sus chovinismos. La clave: una concepción de la comunidad como comunidad real.

Junto al bien individual, hay un bien relacionado con el vivir social de las personas: el bien común. Es el bien de ese «todos nosotros», formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social. No es un bien que se busca por sí mismo, sino para las personas que forman parte de la comunidad social, y que sólo en ella pueden conseguir su bien realmente y de modo más eficaz.

En el límite, es esa supeditación de lo económico a la comunidad real lo que permite construir una Ciudad del Hombre cada vez más cercana a la Ciudad de Dios, es esa acción sobre lo concreto lo que acerca a un espacio huumano sin fronteras, barreras, ni escasez artificial.

La acción del hombre sobre la tierra, cuando está inspirada y sustentada por la caridad, contribuye a la edificación de esa ciudad de Dios universal hacia la cual avanza la historia de la familia humana. En una sociedad en vías de globalización, el bien común y el esfuerzo por él, han de abarcar necesariamente a toda la familia humana, es decir, a la comunidad de los pueblos y naciones, dando así forma de unidad y de paz a la ciudad del hombre, y haciéndola en cierta medida una anticipación que prefigura la ciudad de Dios sin barreras.
Los riesgos de la situación actual

En este marco el riesgo global principal es, según la encíclica, que mientras las relaciones sociales se globalizan, no emerja paralelamente una conciencia global capaz de dar sentido al nuevo mundo interdependiente.

El riesgo de nuestro tiempo es que la interdependencia de hecho entre los hombres y los pueblos no se corresponda con la interacción ética de la conciencia y el intelecto, de la que pueda resultar un desarrollo realmente humano.

Porque no el mero desarrollo técnico o los cambios económicos por si mismos no generarán abundancia si no existe un proyecto humano, ético, que informe la transformación de ese gran metabolismo común en el que se ha convertido la economía global.

El compartir los bienes y recursos, de lo que proviene el auténtico desarrollo, no se asegura sólo con el progreso técnico y con meras relaciones de conveniencia, sino con la fuerza del amor que vence al mal con el bien (cf. Rm 12,21) y abre la conciencia del ser humano a relaciones recíprocas de libertad y de responsabilidad.

Y la verdad es que leyendo esto, uno no puede dejar de pensar en cómo los mismos desarrollos que son potencialmente liberadores, se convierten desde el poder en extracción, empobrecimiento y generación artificial de escasez.



El mapa ideológico de referencias y antagonismos

Tras reafirmar la unidad doctrinal del conjunto de la doctrina social de la Iglesia, el Papa vuelve a Pablo VI para retomar el último punto de la Introducción y plantear como simétricos decrecionismo y el peremne jaleo de cualquier novedad tecnológica que evita juzgar sus consecuencias sociales. Dos extremos que comparten sin pudor los media cotidianamente.

Pablo VI ya puso en guardia sobre la ideología tecnocrática, hoy particularmente arraigada, consciente del gran riesgo de confiar todo el proceso del desarrollo sólo a la técnica, porque de este modo quedaría sin orientación. En sí misma considerada, la técnica es ambivalente. Si de un lado hay actualmente quien es propenso a confiar completamente a ella el proceso de desarrollo, de otro, se advierte el surgir de ideologías que niegan in toto la utilidad misma del desarrollo, considerándolo radicalmente antihumano y que sólo comporta degradación. Así, se acaba a veces por condenar, no sólo el modo erróneo e injusto en que los hombres orientan el progreso, sino también los descubrimientos científicos mismos que, por el contrario, son una oportunidad de crecimiento para todos si se usan bien. La idea de un mundo sin desarrollo expresa desconfianza en el hombre y en Dios.

Sigue también a Pablo VI cuando define el desarrollo como vocación y por tanto enmarcándolo de forma que las ideologías totalitarias que se legitiman sobre él quedan fuera de la aceptabilidad para los cristianos, puesto que vocación implica en primer lugar libertad.

Sólo si es libre, el desarrollo puede ser integralmente humano; sólo en un régimen de libertad responsable se puede crecer de manera adecuada.

no sólo libertad, sino verdad, conocimiento, algo que como es constante ya recordar en los mensajes de Benito XVI sólo puede desarrollarse en comunidad y por tanto como un proyecto integral, que renuncia a fabricar especialistas como panacea:


La vocación cristiana al desarrollo ayuda a buscar la promoción de todos los hombres y de todo el hombre. Pablo VI escribe: «Lo que cuenta para nosotros es el hombre, cada hombre, cada agrupación de hombres, hasta la humanidad entera».

Y es precisamente del diálogo entre libertad y verdad de donde surge, según el Papa, la necesidad de la caridad, una forma de vivir y pensar que sólo puede existir desde la fraternidad comunitaria:

El subdesarrollo tiene una causa más importante aún que la falta de pensamiento: es «la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos». Esta fraternidad, ¿podrán lograrla alguna vez los hombres por sí solos? La sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos. La razón, por sí sola, es capaz de aceptar la igualdad entre los hombres y de establecer una convivencia cívica entre ellos, pero no consigue fundar la hermandad.




El desarrollo pŕactico de la encíclica

Aunque esta parte ha sido en la que se han centrado los medios y el debate público en las pasadas semanas, creo que más allá de las propuestas concretas, lo interesante es remarcar como el Papa plantea la necesidad de repensar el sistema económico, no necesariamente cuestionando el beneficio o la idea de beneficio, sino, en realidad, su uso para justificar la generación artificial de escasez:

La ganancia es útil si, como medio, se orienta a un fin que le dé un sentido, tanto en el modo de adquirirla como de utilizarla. El objetivo exclusivo del beneficio, cuando es obtenido mal y sin el bien común como fin último, corre el riesgo de destruir riqueza y crear pobreza.

Entre los ejemplos, destacaré uno que entenderán especialmente mis lectores:
Hay formas excesivas de protección de los conocimientos por parte de los países ricos, a través de un empleo demasiado rígido del derecho a la propiedad intelectual, especialmente en el campo sanitario.

No me recataré tampoco en destacar cómo se acerca a las finanzas desde una mirada no muy alejada de las propuestas emergentes en la red en estos meses y que viene a preguntarse para qué queremos bancos que no sean confiables, transparentes y soialmente útiles:

Los agentes financieros han de redescubrir el fundamento ético de su actividad para no abusar de aquellos instrumentos sofisticados con los que se podría traicionar a los ahorradores. Recta intención, transparencia y búsqueda de los buenos resultados son compatibles y nunca se deben separar. Si el amor es inteligente, sabe encontrar también los modos de actuar según una conveniencia previsible y justa, como muestran de manera significativa muchas experiencias en el campo del crédito cooperativo.

Tanto una regulación del sector capaz de salvaguardar a los sujetos más débiles e impedir escandalosas especulaciones, como la experimentación de nuevas formas de finanzas destinadas a favorecer proyectos de desarrollo, son experiencias positivas que se han de profundizar y alentar, reclamando la propia responsabilidad del ahorrador. También la experiencia de la microfinanciación, que hunde sus raíces en la reflexión y en la actuación de los humanistas civiles —pienso sobre todo en el origen de los Montes de Piedad—, ha de ser reforzada y actualizada, sobre todo en estos momentos en que los problemas financieros pueden resultar dramáticos para los sectores más vulnerables de la población.

Actuar y construir

Uno de los mensajes centrales de esta encíclica es que la tecnología genera un terreno social nuevo, pero no le da un sentido. El sentido sólo puede ser fruto del conocimiento y la acción:
El desarrollo tecnológico puede alentar la idea de la autosuficiencia de la técnica, cuando el hombre se pregunta sólo por el cómo, en vez de considerar los porqués que lo impulsan a actuar. Por eso, la técnica tiene un rostro ambiguo.

La clave del desarrollo está en una inteligencia capaz de entender la técnica y de captar el significado plenamente humano del quehacer del hombre, según el horizonte de sentido de la persona considerada en la globalidad de su ser.

Esto se aplicaría incluso para la blogsfera, Internet y el desarrollo de la comunicación social:
El mero hecho de que los medios de comunicación social multipliquen las posibilidades de interconexión y de circulación de ideas, no favorece la libertad ni globaliza el desarrollo y la democracia para todos.

El Papa acaba pues llamando a los católicos a la acción. Acción de dar sentido, de generar significado y de crear comunidad, cosa que remarca la cita paulina de cierre y el hecho de que esperase para firmarlo al 29 de junio, solemnidad de San Pedro y San Pablo:

Que vuestra caridad no sea una farsa: aborreced lo malo y apegaos a lo bueno. Como buenos hermanos, sed cariñosos unos con otros, estimando a los demás más que a uno mismo

CINE: KATYN

www.aceprensa.com
Fecha: 23 Septiembre 2009
Director: Andrzej Wajda
Guión: Andrzej Mularczyk, Wladyslaw Pasikowski, Andrzej Wajda.
Intérpretes: Artur Zmijewski, Maja Ostaszewska, Andrzej Chyra, Danuta Stenka, Jan Englert.

118 min.
*****************************************

Acercamiento a la matanza de 22.000 oficiales polacos en Katyn en 1940, de los que fue responsable la Unión Soviética. El veterano Andrzej Wajda, que trató el tema de la guerra en Kanal o El bosque de los abedules, se involucra de manera personal: su padre fue uno de los oficiales asesinados, y detalles como el aspirante a estudiar Bellas Artes son autobiográficos. Contribuye así a recuperar la memoria histórica del suceso, del que Stalin trató de ocultar, inútilmente, la responsabilidad soviética, atribuyéndola a los nazis.

La película, que fue candidata al Oscar, tiene muchas virtudes. La primera, narrar los hechos esenciales, contando a la vez, con talento, el drama personal de varios personajes, sin revanchismos, y con acertada presencia del punto de vista femenino. El destino de un oficial, al que su esposa, apelando al futuro de su hija y de ella, pide que abandone el campo donde está preso, sirve de puntada para ver el sufrimiento de los otros oficiales y sus familias; y para revelar el destino fatal de los intelectuales polacos.

Con el artificio del diario del oficial, y de las acciones de otros personajes –la esposa de un general, la hermana de un piloto...–, se construye el apasionante cuadro, vivísimo pero muy duro, sobre todo en las ejecuciones, ese no conceder valor alguno a la vida humana. Se pintan con trazos seguros los remordimientos del superviviente que acepta el nuevo orden comunista, o la llegada de, oh paradoja, los “nuevos ricos”. Y no faltan los reproches amargos, incluso dentro del seno familiar de las víctimas. A veces parece que se carga un poco las tintas, quizá por no hacer concesiones a un sentimentalismo fácil. Aun así, impregna la oscura trama la esperanza que para los polacos supone su fe católica, lo que permite vislumbrar un poco de luz en un cuadro terrible.

El film, de conjuntado reparto, ofrece una maravillosa reconstrucción de la época, con muchas escenas rodadas en los lugares reales de Cracovia donde sucedieron. Fotografía, música, dirección artística, exquisitas, se ponen al servicio de una trama de intenso dramatismo, que atrapa las emociones de uno de los muchos capítulos negros de la historia reciente de la humanidad.
*